Entrevista
Sofía Donovan: “Uso la cerámica para hablar de temas que me conciernen y me emocionan”
En las obras de Sofía Donovan (Buenos Aires, Argentina, 1972 – nacionalizada chilena. Vive y trabaja en Chile desde 2003), la tensión del proceso y el contraste entre estilo y experimentación son evidentes. Sus cerámicas podrían ser experimentadas como erráticas, anómalas e inquietantes, ya que transgreden la presencia normativa de los espacios cotidianos y revelan la esencia de una nueva organización de lo orgánico.
Sus búsquedas más recientes están motivadas por la fascinación en la potencialidad destructiva de la naturaleza y el tiempo, en cómo los restos del pasado se convierten en símbolos de transitoriedad y permanencia a la vez, de caída y soledad. “Símbolos por antonomasia de esa transitoriedad/permanencia son las ruinas, las ruinas en relación con la memoria individual y personal del paso del tiempo”, dice la artista, con quien conversamos sobre su participación en CHILARTe.

Trabajas con cerámica, un medio que siempre ha estado en esa zona liminal entre arte y artesanía. ¿Lo ves así, como un medio que aun evade las categorizaciones historiográficas de las bellas artes?
Yo personalmente no lo veo como un arte que no pertenece a las bellas artes. De hecho, yo lo abordo como cualquier otro medio de arte. No lo pienso y no lo trabajo no como una artesanía. Ni siquiera respeto las reglas del material, muchas veces subvierto procesos, y lo mezclo con otras cosas (lo he mezclado con textiles, plásticos, pinturas industriales, etc). Yo uso la cerámica para hablar de temas que me conciernen y me emocionan. Lo hago con barro porque es el material que mejor me interpreta, pero no porque esté buscando algún resultado estético en sí. Pero efectivamente, sí siento algunos prejuicios hacia el material de parte de otras personas del mundo del arte. También el mundo artesanal de la cerámica ve con desconfianza el uso de la greda en el arte contemporáneo.
En el mundo la cerámica está tomando mucho vuelo en el ámbito del arte contemporáneo, pero en Chile aún se asocia con algo más artesanal. Yo creo que es porque la cerámica que se ha visto hasta ahora tiene una estética bien telúrica y los temas que toca están muy en el límite de lo decorativo y de lo utilitario. Tengo la certeza que esto va a cambiar, como hace años cambió la mirada hacia la fotografía.

¿Cómo te aproximas a la cerámica hoy? ¿Cómo ha ido cambiando tu relación con el material, ideas y formas a lo largo de tu desarrollo como artista?
Mi aproximación es bien visceral e intuitiva. En general parto de temas y emociones que me están dando vueltas en la cabeza y que no sé cómo expresar. Intuitivamente mi cabeza va encontrando con las manos las formas en el material. Es así como la coordinación entre mano, cabeza y barro van hilvanando las formas que expresan mis inquietudes. A pesar de ser abstractas, para mi son relatos. Todas cuentan alguna historia, o una emoción.
Las obras que estoy haciendo ahora quizá sean un poco menos orgánicas que las del principio, porque estoy más focalizada en el tema de los derrumbes y las explosiones (quizá influida por la contingencia socio-política del país). Tambíen, a pesar de que pueden parecer desprolijas o mal terminadas, hay muchisimo más control del material y de los resultados buscados. Y hay muchísima experimentación. Mi trabajo se nutre de la sorpresa y del error. En definitiva, creo que me siento más libre ahora en cuanto al trabajo.

¿Trabajas en serie o por ahí hay piezas sueltas? ¿Cómo vas articulando el trabajo?
Al principio trabajo casi como jugando. Las primeras piezas son improvisaciones, juegos, balbuceos. Una vez que encuentro un hilo conductor lo sigo. Y a partir de ahí se arma un relato, que va tomando existencia en las formas que salen de mis manos. Una obra es el germen de la o las siguientes, una idea me lleva a la otra. Y así se forma como una sinfonía de obras que pertenecen a una serie. Trabajo en la serie hasta que se agota.
Como tengo una mente inquieta, de repente entre medio de la serie se me viene una idea y hago alguna que otra pieza suelta de esa nueva idea, para no perderla. Le doy lugar a lo imprevisto, ya que si bien quizá esa nueva idea no sea estrictamente consecuente con la serie, en algún punto sé que se van a intersectar. Quizá mucho más adelante, pero van a coincidir en alguna obra a futuro.

Hablemos de aspectos formales y conceptuales, de cómo se van materializando esas formas en tu cabeza –y emociones… Existe una temática transversal a todas ella, ¿no?
Sí, existe una temática transversal. Es el tema del paso del tiempo, de la decadencia, de los ocasos de los seres y las cosas. El tiempo como motor del cambio, como desarticulador de las formas. La velocidad con que todo se desintegra y lo inefable que hay detrás de todo lo que vemos y tocamos.
Digamos que esos son los temas más globales que rondan mi cabeza, que luego encuentran expresión en relatos más contingentes al momento en el que estoy. En Cero Zen, por ejemplo, hablaba de la sociedad hiper veloz e hiper consumista; en Poética Doméstica hablaba de mi pasado familiar a través de tazas, teteras, platos que habían perdido su función.
Algo que subyace en todas mis obras es el humor, el doble sentido, y el absurdo. No concibo el mundo y su sinsentido sin tener un poco de humor negro. Esto también se relaciona con esta idea de impermanencia de todo. ¿Para qué tomarnos todo tan en serio? ¿Por qué no decir las cosas con ironía y agudeza? Es mucho más fácil ver lo brutal con gracia.

Sobre la técnica, ¿nos puedes explicar cómo trabajas la cerámica en tu taller?
Más que nada trabajo modelando la arcilla con placas y algunas partes de las obras con torno. ¡Mucho uso del amasado! En general, me ocupo en más de una obra a la vez. Una vez que la pieza se seca la meto al horno a bizcocharla. Luego la esmalto y la vuelvo a poner al horno por segunda vez. Es ahí cuando se ven los colores. Algunas veces si no estoy satisfecha con el resultado la meto por una o dos veces más en el horno, a diferentes temperaturas para ir probando efectos en los esmaltes.
Casi todos los esmaltes me los fabrico yo. Es un trabajo químico de mucha precisión y estudio. No funciona como en la pintura, donde uno mezcla el azul y el amarillo y obtiene verde. Los esmaltes son todos prácticamente incoloros, y se comportan según sus componentes químicos y según la atmósfera del horno y el tiempo de cocción. Es todo un mundo. De hecho, para entender un poco más hace dos años estuve estudiando química con un profesor. El esmalte puede arruinarte todo el trabajo de una pieza o mejorarla.

¿Nos comentas sobre las piezas en particular que presentas para Chilarte?
Las piezas que presento en Chilarte son un conjunto de obras de distintas series. Como no tuve mucho tiempo para preparar una exposición con una sola temática, armé un montaje de cosas que dialogaban y que a su vez se tensionaban entre sí. Puse también unos dibujos que hice en la cuarentena que me gustan porque, sin ser literalmente descriptivos de las cerámicas, hablan el mismo lenguaje y me revelan a mí de otra forma.
En la parte de atrás, en los nichos lacados y negros de la tienda, puse unas obras doradas, un poco excesivas y decadentes, junto con dibujos de la cuarentena que me parece comentan bien sobre el tema del lujo. Lo evidencian de una forma un poco irónica.

Como argentina nacionalizada chilena, se me hace inevitable preguntarte por tu asentamiento en este país y su cultura, y ¿qué crees tú que hace falta trabajar en el área de las artes visuales, sobre todo en cuanto a las oportunidades para artistas que, como tú, ya tienen una amplia experiencia?
Me gustaría que el Estado de Chile pudiera encontrar la forma, a través de leyes, alianzas, etc, para que las empresas privadas realmente fueran actores más comprometidos con la cultura. Y cuando hablo de actores, me refiero a que financiaran más programas de arte, más becas, concursos, publicaciones, etc. El Estado no puede hacerse cargo de todo solamente a través de Fondart. En muchos países desarrollados, grandes fortunas y filántropos aportan lo suyo para impulsar la cultura. Para mí, Chile necesita una imagen cultural hacia el exterior mucho más fuerte, y para ello los artistas necesitamos más espacios y diversidad de instancias para desarrollarlo. Hay mucho para mostrar y poco apoyo.
Sofía Donovan (Buenos Aires, 1972 – nacionalizada chilena. Vive y trabaja en Chile desde 2003) estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Pridiliano Pueyrredón. Completó un diploma en Teoría de las Artes Visuales, un diploma en Filosofía y Estética, ambos de la Pontificia Universidad Católica de Chile. También ha participado en diversos talleres en Argentina y Chile con diferentes artistas. Ha mostrado su trabajo en galerías privadas, museos, instituciones culturales y ferias de arte en Argentina, Chile, Estados Unidos y Brasil. Algunas de sus exposiciones incluyen Bienal Révélations en París, 2019; Bienal del Trío, Dress the World, Río de Janeiro, Brasil, 2017; y concurso Contemporary Visions 8, de la galería inglesa Beers London en 2017.
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